jueves, 14 de septiembre de 2017

La tentación de ser felices

Cesare Annunziata tiene setenta y siete, años, y acaba de descubrir que durante setenta y dos años y ciento once días ha tirado su vida a la basura. Precisamente por eso ha decidido que tiene que aprovechar su condición de anciano, esa etapa de la vida en la que te respetan por ser anciano, para conseguir algo mejor...  ¿Pasar de todo? ¿Por qué no? Después de todo, solo es un hombre que quiere exprimir la vida, o lo que le queda de ella.
Por pasota, más de uno lo definiría como abuelo tocapelotas, pero no le importa demasiado; es más, lo tiene asumido. Es un gruñón que habla con la soledad, esa soledad que a veces pesa más de lo que nos gustaría reconocer, y que decide que no está de más reconciliarse no con uno mismo, sino con la vida, con las ganas de vivirla siendo lo más feliz posible. Cínico, irónico, camaleónico... y terriblemente entrañable, Cesare es ese vecino que procura pasar desapercibido en la escalera de su casa, porque no le gusta que nadie meta las narices en su casa, pero no puede evitar meterse en problemas por inmiscuirse, sin querer, en los problemas de los demás.

Lo que somos desaparece con el cuerpo. Lo que fuimos, sin embargo, permanece custodiado por nuestros seres queridos. En Sveva me parece volver a ver algo de Caterina, igual que en momento dado en el rostro de mi madre vi el de mi abuelo. Quién sabe si el día de mañana no volveré también a la superficie gracias a un movimiento, una expresión, una sonrisa de mi hija. Y a saber de quién serán los ojos que se darán cuenta de ello

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